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Gildas se irguió, sacó pecho, desabrochó el primer botón de su chaqueta, se aflojó la pañoleta y esperó a que la muchacha se hubiera sentado de nuevo delante de él, del otro lado de la mesa.
-Puedo decirle -empezó él- la queja iscariote, la de Genoveva de Brabante o la historia verÃdica de Rávena.
-¿Qué? ¿No tienes nada algo más nuevo?
-No le puedo cantar a Gastón de Foix que murió en Rávena
-¡Ya la conozco, desgraciadamente! Y me gustaba demasiado, sabes, ese dichoso Gastón, para no llorar como si fuera ayer.